sábado, 11 de julio de 2015

Wimbledon 2015, Garbiñe Muguruza jugara su primera final de un Grand Slam ante Serena Williams







  El deporte, como no pudo prever Clausewitz, es, cada día más, la continuación de la política por otros medios. Y el tenis no podía ser una excepción, cuando la jugadora hispano-vasco-venezolana, Garbiñe Muguruza, se clasificaba para la final de Wimbledon, la catedral de la hierba que no sirve de pasto.

La tenista de 20 años, que ayer derrotó con suficiencia, aunque la pugna se prolongara hasta el tercer set, a la polaca Radwanska, nació en Venezuela de padre vasco y madre del país. En Venezuela pasó parte de sus años formativos, pero con el privilegio de la doble nacionalidad —la vasca no existe, por el momento—, y cuando el mundo se apercibió de que había en la raqueta de aquella jovencita grandes trofeos en ciernes, comenzó un comprensible forcejeo para ver quien de sus diferentes orígenes le sacaba mayor provecho a un palmarés que se prometía jugoso.
El asunto se dirimía simplemente dejando que la interesada decidiera por qué país iba a defender su internacionalidad. Es vana especulación discutir si Muguruza prefiere este o aquel, porque la cabeza tenía que decirle que sus posibilidades de legítimo medro en la elite del tenis mundial eran mayores con España, y por sus colores se decantó.
Los establecimientos periodísticos de ambos países, Venezuela y España, se han comportado siempre con la mayor corrección, puesto que tanto a uno y otro lado del Atlántico siempre la presentan como “la tenista hispano-venezolana”, dejando mayormente a la lógica del discurso lingüístico la precedencia de país. Pero eso no niega que la Venezuela de Nicolás Maduro, zarandeada por dificultades económicas de todo tipo, habría hecho buen acopio de patriotismo con una Garbiñe que fuera exclusivamente de casa. Y tampoco es tan diferente el caso de España, cuyas representantes no llegaban a una final de Wimbledon desde que Conchita Martínez alzó el trofeo en 1994.
Dejemos para los especialistas una especulación sobrevenida; la de si los eventuales triunfos de Garbiñe llenarán algún vacío, que ya es apreciable en el tenis español. Mañana, sábado, se juega la final y es relativamente irrelevante quien acabe ganando porque el hito deportivo ya está conseguido, así como es razonable pensar que puede ser el principio de algo grande.
Su carrera puede aportarle a Garbiñe Muguruza éxitos personales, una considerable renta, la adulación/adoración de propios y extraños, pero a la bandera con la que circule por el mundo le corresponden igualmente unos dividendos intangibles. Y que nadie se rasgue las vestiduras. El aficionado español al tenis sabe perfectamente bien que Garbiñe fue antes venezolana y en alguna medida vasca —su padre, de Eibar— que española.
Aquí hay para todos; y que la prensa venezolana y española exulten de sus futuros triunfos. Tanto monta, monta tanto Caracas como Madrid.

 
                                                      

2009-2017, "LA ÉPOCA DORADA DEL TENIS MALAGUEÑO", ¿DAVIDOVICH?. Álbum de tenistas malagueños.