Creo que no ando muy desencaminado si afirmo que el favorito de la mayoría de nosotros para la victoria final en el recientemente terminado Roland Garros, era cualquiera menos el serbio Novak Djokovic. Obviamente, la primera razón supongo que sería la posibilidad de superar el récord de Rafael Nadal de más Grand Slams ganados de la historia, la segunda, tal vez el no querer ver como le arrebataba el primer puesto del ránking a Carlos Alcaraz, y la tercera, que, por creer que el serbio es como nosotros pensamos que es, simplemente no queríamos verlo ganar el torneo, porque sí.
Es cierto que, en semifinales, en el momento de la lesión de Alcaraz, el partido parecía haber dado un vuelco y estar bastante más para el murciano que para Nole, pero el de los Balcanes había luchado como un jabato. Estando por arriba en el marcador, y también por debajo, siempre estuvo ahí, sin perderle la cara al partido, sin dejarse ir, tenía un objetivo y no pensaba renunciar tan fácilmente.
Debo reconocer que el vencedor del abierto francés no es santo de mi devoción. No me gustan sus parodias, las actitudes a veces altivas, a veces quejicas, sus continuos devaneos con el público de allá donde vaya, ahora os quiero, ahora os odio o el sinfín de protestas por mil y una razones o excusas. Pero también creo que es justo reconocer el enorme mérito que tiene el haber alcanzado semejante hito en un tenis, el actual, en el que a pesar de la edad de sus contrincantes, se sigue superando a sí mismo cuando la situación así lo requiere.
No se si el personaje se ha merendado a la persona, porque cuentan por ahí que en las distancias cortas gana mucho. Es un tipo afable, educado, encantador, generoso y hasta cariñoso. Pero sí sabemos que es pisar una pista y, si hay algo importante en juego, se transforma en una bestia competitiva dispuesta a devorar a todo aquel que se le ponga por delante con tal de conseguir su objetivo, ganar, ganar más que nadie, ganar a todo el mundo, ganar siempre que la situación se lo pida. Esto puede no gustarle a todo el mundo, pero hay que darle el valor que se merece, porque no es fácil alcanzar lo que ha conseguido.
Es cierto que se ha quedado sin sus dos máximos competidores, pero aun así, demuestra a cada momento que, ahora mismo, no hay nadie como él. Técnicamente es completísimo, con tiros por todos lados y de todo tipo; físicamente me parece un portento, con la edad que tiene y el rendimiento que ofrece; tácticamente, creo que sin Nadal en liza, no hay nadie como él, sabe cómo jugar a cada momento, y en este último Grand Slam lo ha demostrado, adaptándose a diferentes situaciones en cada uno de los partidos disputados. Pero para mí, lo mejor que tiene en estos momentos es la ambición que posee, esa que le hace convertirse, metafóricamente hablando, en una máquina de matar, un depredador de la pista. Se ha propuesto ser el jugador que más “majors” gane de la historia, y, en estos momentos, lo ha logrado. Felicidades.
Sólo queda por ver si Nadal en su esperada vuelta consigue el nivel para plantarle cara de nuevo, o alguno de los jóvenes son capaces de conseguir hincarle el diente, no lo veo fácil en estos momentos, la verdad.
Puede que no me guste el personaje, no conozco a la persona, pero me encanta el tenista... y también el “depredador”.
José Roses para andatenis.blogspot.com