Autor: Josep Marí
(Psicólogo del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat) Artículo cedido para su libre publicación.
(Psicólogo del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat) Artículo cedido para su libre publicación.
Nosotros partimos de la base que, en los pabellones y en los gimnasios no sólo se forman jugadores de élite profesionales. De estos, de entre todos los que están ahora jugando, saldrán muy pocos. Nosotros entendemos que en las pistas y en los polideportivos también se forman personas. Si queréis, personas que están motivadas para aprender a rendir al máximo de sus posibilidades; hecho éste que les valdrá para siempre.
A veces, viendo el comportamiento de algunos padres, tememos ser los únicos que entendemos este deporte como una herramienta idónea para hacer personas. A veces, el deporte, parece la excusa perfecta para proyectar unas irrealistas ilusiones. A veces, se convierte en el hobbie familiar que llena el tiempo libre del fin de semana. En resumen, a menudo, en este deporte como en tantos otros, se hace un mal uso de sus posibilidades formativas.
Sin embargo, es necesario reconducir la línea que está tomando el artículo. Si sigo así, conseguiré que abandonen la lectura; con lo cual habré desaprovechado una oportunidad de comunicarme con todos ustedes. Así que se me ocurre plantear la cuestión de manera más chistosa.
Si os parece, iremos clasificando los diferentes tipos de padres que habitan los pabellones donde tienen lugar los partidos que disputan sus hijos. Aprovecharé la oportunidad para aconsejar unas pautas de actuación a medida de cada tipo de padres. Todo, desde el respeto absoluto a la figura de los padres, pero con el tono cordial que exige la situación.
Los padres desinteresados
Probablemente ninguno de estos padres esté leyendo el presente artículo o acompañe a su hijo a la competición. Justamente es esta falta de implicación en la programación deportiva de su hijo la que le define. Su comportamiento nunca restará en la educación integral de su hijo, el problema es que tampoco sumará (ya hemos dicho que necesitamos la colaboración de los padres para hacer personas de los jugadores).
Quizás no estéis participando, sencillamente porque no sabéis cómo hacerlo. Nadie os lo han explicado, nunca lo habéis pedido, tampoco se os ha ocurrido. El caso es que no sabéis por donde empezar. Si es así, preguntad al monitor o entrenador de vuestro hijo cómo poner la primera piedra. Seguro que os ofrecerá más de una opción que os convencerá y no os robará más tiempo del que justamente disponéis.
De todas maneras, nunca prometáis más dedicación al programa deportivo de vuestro hijo del que podáis ofrecer. No cumplir con las expectativas de vuestro hijo, le restará ilusión para continuar con el programa.
Padres entrenadores sin titulación
Se colocan estratégicamente, bien cerca del banquillo o en el horizonte de la mirada del hijo mientras juega, disponen de unas enormes cuerdas vocales y de un sofisticado código de signos para indicar la táctica a seguir en cada momento del partido. Se enfada cuando el hijo no hace caso de sus indicaciones (para hacer caso a las del entrenador) o cuando interpreta que el hijo no cumple las instrucciones al pie de la letra (no podemos olvidar que el trabajo del rival es precisamente que no las pueda cumplir). Critica abiertamente a los árbitros, discute con el entrenador rival (a veces incluso con el de su hijo) y se enfada con los directivos que no están de acuerdo con el hecho de que su hijo es el mejor. Cuando el niño llega a casa, empieza la arenga del padre. ¡¡¡Y qué arenga...!!!
Que quede claro que no me estoy refiriendo a aquellos padres que, después de formarse adecuadamente y de acumular la experiencia necesaria, ejercen dignamente de entrenadores; también de su propio hijo, y le ejercen de entrenador de forma oficial. Aunque son evidentes las dificultades de compaginar ambos roles, con una fuerte dosis de claridad y de aceptación por las dos partes, es posible formar un buen tándem.
Los padres entrenadores sin titulación deberían tomar conciencia de tres consecuencias que su conducta tiene en su hijo. Primero le desconcentran, al tener que estar más pendiente de las instrucciones del padre que del mismo juego. Segundo, le ponen nervioso. El hijo se siente observado continuamente. Sabe que si no juega como al padre le gusta que juegue, o que si no gana, después vendrá la bronca. Y, para acabar, le confunde. Le confunde porque es prácticamente imposible, por razones evidentes, que sus instrucciones no contradigan las del entrenador o las que el jugador cree que ha de plantear.
Si realmente cree que el entrenador se equivoca en la manera que quiere hacer jugar a su hijo, es mejor que se lo comente. Pero sólo al entrenador, en frío, tranquilamente y desde el respeto a su trabajo. De esta manera, a partir de ahora, a su hijo sólo le llegará una flecha; la del entrenador. Que al niño le llegue una sola flecha, no sólo es bueno en este tipo de padres; es bueno sea cual sea el tipo de padre. Si no entiende de hockey, según cómo, mejor. Confíe al técnico este ámbito de la formación de su hijo y refuerce su actuación cada vez que pueda.
Además, desconcentrándolo, poniéndole nervioso y confundiéndole, lo único que conseguirá es impedir que su hijo rinda al nivel de sus posibilidades. Lo que después puede perfectamente pasar es que su hijo no se divierta, no le salga a cuenta competir. Si esto pasa, estamos a un paso del abandono; con lo cual habremos perdido las oportunidades que ofrece la escuela del deporte. En cambio, si a partir de ahora, se toma las cosas no tan seriamente, usted mismo será el primero en notar el cambio. Si cada vez que su hijo falla una pelota tonta, en lugar de criticarle, le anima, quizás dejará de cometer tantos errores. Si le refuerza el esfuerzo en lugar del resultado de este esfuerzo, quizás su propio hijo empezará a quitarle importancia al hecho de ganar o perder.
Padres asistencia técnica en carretera
La madre acostumbra a ocuparse de reponer las camisetas y de suministrar los bocadillos en el momento preciso. La hermana pequeña es la encargada de llenar de agua la botella cada vez que está vacía. El hemano mayor, si es espabilado, se encarga de la filmación; no vaya a ser que gane al campeón de la pasada edición del campeonato
y no quede constancia de ello. El padre, aparte de conducir el coche, hace de psicólogo al escoger las palabras justas antes de que abandone las gradas el protagonista.
En otras palabras, él sólo ha de ocuparse de jugar, perdón de ganar. Si después de todo este esfuerzo colectivo no gana, nadie le dirá nada, nadie le pondrá mala cara; pero él sabrá perfectamente que ha decepcionado a su equipo. Lo sabrá porque el otro día, cuando ganó, aunque sin mucho esfuerzo, le recibieron con honores de capitán general.
Todo este montaje, aparte de mostrar una peculiar forma de resolver el tiempo libre de los fines de semana, resta la magnífica oportunidad al jugador de buscarse la vida, de espabilarse él solo. Hecho absolutamente imprescindible para formarse personalmente y para llegar a la élite deportiva. Si de verdad lo hace bien y algún día le llevan a competir al extranjero, entonces ¿quién le dará todo este apoyo? ¡Aquí te quiero ver!: Para hacerle un favor a corto plazo, le hacen una mala jugada a largo plazo.
Padres bien orientados psicológicamente
En honor a la verdad, no quiero acabar este recorrido por la geografía de nuestros pabellones sin hacer referencia a una especie que, por suerte, se está reproduciendo en progresión geométrica; los padres bien orientados psicológicamente. Se les podría describir brevemente diciendo que, básicamente, de lo único que hacen es de padres.
Ceden su hijo al entrenador y entienden que parte de la admiración que hasta ahora su hijo les destinaba, a partir de ahora se habrá de repartir con el técnico. No se muestran competitivos con sus hijos y no relativizan las victorias de sus hijos con sus batallitas de juventud. Cuando los hijos se sienten frustrados porque las cosas no han salido como se esperaban, son los primeros en ayudarle a hacerle ver el lado positivo de la situación. Estos padres, también se caracterizan por mostrar autocontrol delante de sus hijos; únicamente así, predicando primero con su ejemplo, pueden después exigir a sus hijos una conducta deportiva. Refuerzan el esfuerzo, la progresión y la diversión. Cuando no han visto el partido, lo primero que preguntan es ¿te lo has pasado bien?, ¿ya te sale mejor el revés?, ¿has hecho amigos?; en lugar de ¿has ganado?, o peor aún, ¿por cuánto has perdido hoy?
Espero haberos hecho reflexionar. Tomar conciencia es el primer paso para cambiar un comportamiento. Y ahora, permitidme que versione el tópico, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia; es producto de la observación detallada de vuestro comportamiento.
A menudo queremos que nuestros hijos ganen, se diviertan, aprendan, se relacionen, se lo pasen bien, sean los mejores, conozcan mundo, etc., etc., etc. Todo no es posible; si más no, no es posible todo a la vez. Primero hemos de saber que queremos; mejor dicho aún, qué quiere nuestro hijo. Después valorar su participación deportiva en función del objetivo que él perseguía. Sólo así solamente haremos de padres.
Cuando nos veamos por alguno de los muchos pabellones de la geografía catalana estaré encantado de recibir cualquier crítica o sugerencia que mejore la calidad del artículo. Quizás me he dejado algún tipo de padres, o quizás he exajerado demasiado la importancia de algún aspecto. Esto me lo tenéis que decir vosotros, los padres de los jóvenes competidores.
Josep Marí
Psicólogo del CAR