Fui número 1 de mi país, sub 14 y sub 16, fui 17 del mundo
en juniors, jugué Roland Garros, me convertí en un jugador ATP, gané mi primer
torneo y, cuando comenzaba mi carrera, me di cuenta que no aguantaba esa
presión.
Que a los 10 años que el tenis y el fútbol comenzaron una
batalla crucial para ver cuál iba a ser el deporte que ocuparía más tiempo en
mi vida. Todavía recuerdo las peleas de mis entrenadores de cada deporte porque
muchas veces coincidían los horarios de los entrenamientos o de los partidos de
uno y de otro. Y no puedo olvidarme tampoco del esfuerzo que hacían mis padres
para que pueda jugar el sábado a las 8 de la mañana mi partido de fútbol y a las 11 estar jugando al tenis en en otro lugar, llegó un momento en
que hubo que decidir y, después de varias charlas con mis padres donde
analizábamos qué era lo que más me gustaba hacer, el tenis terminó ganando por
un mínimo margen. En el tenis, más allá de estar solo en la cancha, tenía la
oportunidad de tomar todas las decisiones.
Fue como subirse a un tren que por suerte tuvo más subidas
que bajadas, donde tuve la oportunidad de conocer muchos lugares del mundo y
madurar desde una muy temprana edad, además de hacerme grandes amigos y darme
el gusto de jugar con muchos de los jugadores que están hoy en día en lo más
alto del circuito.
La vida del tenista es extraña, porque uno arranca jugando
los interclubes dentro de un equipo, pero a medida que vas creciendo comienzan
los torneos nacionales, donde se empieza a competir mano a mano contra otros
chicos del país. Con muchos de esos jugadores uno empieza a formar una
relación, porque se comparten muchos torneos, entrenamientos y hasta
enfrentamientos, lo que hace casi imposible transmitir lo difícil que es, a tan
temprana edad, tener que competir contra un amigo. Aunque era una de las cosas
que más me costaba, con el correr del tiempo, uno va adquiriendo cierta
experiencia para manejar esas situaciones. Pero, ¿cuántos chicos tienen que
pelear mano a mano con sus amigos para ver quién es mejor en lo que hace?
Con el tenis me convertí en una especie de soldado que iba
cumpliendo órdenes. Era un chico que no tenía ningún problema en esforzarse.
Fue ahí que comencé a tener más victorias que derrotas y pude llegar a ser el
número 1 del país en single y doble en las categorías sub 14 y sub 16. Estos
ránkings me brindaron la oportunidad de viajar por toda Europa por
varias semanas, compitiendo con los mejores jugadores del mundo. Y, claro,
mientras los chicos de 14 y 15 años iban al colegio, yo pasaba mi tiempo
conociendo ciudades y culturas alrededor del mundo. Fue ahí cuando tuve que
tomar otra decisión.
A mis 15 años sentí que lo mejor para mi carrera era dejar
el colegio. Iba a una secundaria con doble jornada y era muy difícil poder
mantener la calidad en todo lo que hacía. Vale aclarar, que mis padres siempre
me apoyaron y confiaron en mi elección, más allá de que les prometí que cuando
mi carrera con el tenis se acabara, me iba a ocupar de terminar la escuela.
Me acuerdo cuando tenía 13 años y había
ganado un torneo de la marca de raquetas que me patrocinaba y eso me daba una
invitación para jugar en España contra los ganadores de otros países. La
persona que me iba a acompañar en el viaje tuvo un problema a último momento y
no podía venir, entonces me preguntaron si quería ir solo y no lo dude un
segundo. Me subí al avión y me fui a Barcelona. Todavía me acuerdo de la
sensación de desesperación que pase la primera noche durmiendo en un cuarto con
un japonés que había conocido esa tarde. Esa sensación de estar lejos y en
soledad me acompañó durante toda mi carrera. No me olvido que al día siguiente
llamé por el teléfono público del lugar a mi madre, diciéndole que me quería
volver. Ella me entendió y me dijo que tenía la opción de regresar, pero que
probara un día más, que poco a poco me iba a sentir más cómodo. Luego se inició la competición y pude ganar varios partidos y los días se fueron pasando
rápidamente. Mi primera experiencia completamente solo se terminaba
con un tercer puesto en el torneo y con algunas nuevas amistades.
En la vida del tenista, los viajes son una constante. En mi
caso, casi nunca tuve problemas de pasar la mayor parte de mi tiempo así. Más
allá del sacrificio que implicaba, tuve la suerte de poder viajar con
compañeros, que se convirtieron en amigos que conservo hasta hoy. De todos
modos, en ese momento sabíamos que nuestros amigos que no eran tenistas
llevaban una vida más “normal”, que se la pasaban saliendo y que estaban
organizando sus viajes para conocer otros lugares, disfrutar y pasarlo bien sin presiones de ningún tipo. Y esos pensamientos se reforzaban todavía
más cuando aparecían las derrotas. Imagínense entrenar intensamente por varias
semanas, preparándose para una gira de varios meses en Europa. El jugador viaja
con su entrenador y, al llegar al nuevo lugar, intenta aclimatarse a las
canchas, al cambio horario, al clima y a las pelotas que se usan ahí. Cuando se
acerca el partido aparecen los nervios, las ganas de ganar y una lista
interminable de sensaciones y pensamientos que cada uno se podrá imaginar.
Fácilmente, esta situación puede convertirse en un gran problema para el
jugador, sobre todo cuando los resultados no acompañan. Entonces, se puede
volver natural, después de perder, la sensación de extrañar todo lo que está
sacrificando. Eso comenzó a deteriorar mi relación con el tenis.
A lo largo de mi carrera los sentimientos post derrota
fueron tomando demasiado poder. Cada vez que perdía un partido, sufría un golpe
muy fuerte a mi autoestima. Era muy difícil para mí cambiar el foco sobre el
resultado y ubicarlo en el proceso. Mi cabeza empezaba a maquinar cada vez más
pensando si todo que estaba haciendo valía realmente la pena.
El esfuerzo no era solo físico y mental, ya que había una
inversión económica necesaria detrás de mi carrera. Eso corría por cuenta de mi
padre, que buscaba la manera de apoyarme en este camino. Los gastos eran cada
vez más grandes. Preparador físico, entrenador, fisio, psicólogo y
pasajes... La cuenta crecía, pero la presión era de mi cabeza.
Las victorias iban perdiendo su valor. Recuerdo haber ganado
mi primer torneo profesional y esa misma noche estar solo en la
habitación con el trofeo en mi cama pensando: “¿Todo el esfuerzo es para
esto?”. En vez de disfrutar el objetivo cumplido de ese momento, mis
pensamientos estaban perdidos en esa sensación de que ese no era mi camino.
Mucho tiempo después de que decidí terminar mi carrera profesional, me pude dar
cuenta que esas ideas surgían porque no tenía la confianza en mí mismo para
llegar al nivel de elite. En ese momento no podía ver que en realidad tenía
muchas de las condiciones necesarias para poder hacerlo. Y algo que me llamó
mucho la atención fue que, una vez que dejé de jugar, muchas personas empezaron
a remarcarme que yo tenía la posibilidad de alcanzar un gran nivel, mientras
que a lo largo de mi carrera en el circuito esto no sucedía. Eran sólo los de
mi entorno los que me empujaban y me intentaban sostener en un camino de
pensamientos positivos.
Era imposible para mí darme cuenta de todo el potencial que
tenía sólo con 20 años y todos esos pensamientos negativos me terminaron
alejando del tenis. Llegó un momento en el que la presión propia que sentía era
más de la que podía aguantar. De repente, lo que antes me resultaba natural, se
volvió imposible de realizar. Ya no tenía ganas de entrenar y mucho menos de
armar una valija para viajar. En ese momento para mí la vida de tenista profesional
se había terminado. Hoy quizás con otra perspectiva, puedo darme cuenta que era
un chico que ya estaba dentro de los 500 mejores del mundo en el ranking ATP y
que tenía muchísimo camino para recorrer. Después me acuerdo de esa mochila que
sentía en la espalda y me doy cuenta que esa vida no es para mí.
En los primeros seis meses tras dejar el profesionalismo
pude finalmente tener una vida acorde a la de un chico de mi edad. Me fui de
vacaciones con mi grupo de amigos, salía los fines de semana, volví a pisar un campo de fútbol, reanude mis estudios y me gradué. Ese placer de poder jugar nuevamente con mis amigos un
campeonato de tenis en mi club no se puede comparar con nada. Más allá de que al año
siguiente me di el gusto de quedar campeón por equipos con mi club, el hecho de
poder jugar en equipo me llenaba de felicidad. También empecé también a
trabajar en una oficina por primera vez, durante un par de meses, hasta que el
tenis volvió a tocar mi puerta. Mi entrenador de toda la vida, casi un padre
para mí, me ofreció la oportunidad de trabajar en su academia como “coach”. A
decir verdad, en ese momento no me lo esperaba ni lo estaba buscando, pero en
el instante en el que entré a la cancha y me di cuenta de todo lo que le podía
transmitir a los chicos que estaban entrenando, decidí que era lo que quería
hacer. A la semana ya estaba en el club trabajando y disfrutando del tenis
nuevamente, pero esta vez desde otro lugar.
Siempre le estaré agradecido al tenis. Esta disciplina me
dio la oportunidad de jugar en lugares increíbles, como Roland Garros Junior, y
hasta tener un sponsor que me regalaba la ropa y otro que me pagaba por usar
sus raquetas. Todas estas cosas, y las situaciones difíciles que pase, me
formaron como persona y van a quedar intactas en mi memoria. Espero que algún
día este camino distinto que tomé en mi vida tenga un cierre en los torneos
grandes, aunque esta vez, desde el lado de afuera de las canchas: en la silla
de entrenador.