Un paso hacia delante. Otro más. Bota la bola. Cuerpo
tensionado y mirada abajo, al suelo. Visualiza el siguiente punto en su cabeza.
Vuelve a botar la bola y es entonces cuando Maria despierta del trance. Lo hace
con una mirada firme, capaz de helar a cualquiera. La mirada denota ambición,
es impasible. Cuando la bola se alza al cielo previo al impacto con la raqueta,
lo único que rompe el silencio es un grito de sobras conocido
Este ritual ha sido uno de los momentos que ha acompañado al
tenis durante sus últimas dos décadas. En dos décadas ha cambiado enormemente,
eso sí. Esa mirada también: lo que fue antaño una mirada inocente, desprovista
de cualquier tipo de miedo, se convirtió últimamente en una mirada desgastada
por años de lesiones y roturas. Lo que siempre estuvo ahí, sin embargo, fue la
perseverancia, el metódico approach al deporte que la ha hecho estrella e icono
mundial. Maria Sharapova deja la raqueta, pero su personalidad perdurará en el
tiempo.
Esa perseverencia podríamos decir que es algo innato,
inherente a Masha y presente desde el minuto uno. No es una afirmación
relativa: se manifiesta desde que dejó el remoto pueblo de Niagán, perdido en
un rincón de la Unión Soviética, haciendo un sacrificio brutal para marchar a
Estados Unidos. Recomendada por Martina Navratilova, aquella joven llegó a
Florida con un único objetivo en mente: triunfar. Su ética de trabajo fue
implacable y estar allí nunca la amilanó, tomando sus propias decisiones en contra
de, a veces, su propio padre. Ya por aquellos instantes Sharapova brillaba y
sabía que su relación con el tenis sería de largo recorrido. "Lo que más
recuerdo cuando la vi por primera vez era su intensidad y concentración
entrenando, jugando cada bola como si fuese la final de Wimbledon", decía
quien acabó siendo su agente, Max Eisenbud.
Lo que nadie preveía era que aquella adolescente se
doctorase en la Catedral del tenis, antes de cumplir la mayoría de edad y dando
un auténtico recital ante la única mujer que siempre estuvo por delante suya:
Serena Williams. Aquel 6-1 y 6-4 fue la primera y penúltima vez que Sharapova
podría batir a la leyenda norteamericana, pero puso los pilares de una
rivalidad tan desigualada como icónica. El mundo era suyo y Masha lo sabía,
pero nunca dio ni un paso en falso, esquivando las comparaciones con
Kournikova, rodeándose de un equipo que le ayudó a no distraerse de lo que más
le importaba: el tenis.
Tampoco es que lo necesitase, pues ella, una campeona segura
de sí misma, siempre tuvo claro dónde había que poner los focos. Lo hizo a
través de unos años de madurez donde poco a poco los Grand Slams fueron
goteando: tras aquel triunfo en Londres, llegó el número uno en agosto de 2005,
el US Open en 2006 y el Open de Australia en 2008. Solo le faltaba un Major
para completar el póker, pero aquel era el último desafío: reinar sobre la
tierra batida. Sharapova no era capaz de deslizarse correctamente sobre
arcilla; cada paso medido de sus pies se descuadraba al aterrizar, cada intento
de coger la pelota en su punto más alto era infructuoso y cada bola más
significaba perder el control de los puntos. Roland Garros se alejaba a medida
que su cuerpo empezaba a agujerearse, con un hombro que empezaba a decir basta
y una Serena Williams que no dejaba de acumular victorias y títulos. Era un
periodo tumultuoso en un circuito WTA que encumbraba a tenistas día sí y día
también, mientras que Maria tenía la sensación de irse poco a poco quedando
atrás.
Pero si esta es una historia de perseverancia es porque
Masha no se rindió. Esa palabra nunca estuvo en su diccinario. Mientras su
tenis esperaba una segunda madurez, no daba el tiempo por perdido. Nike, Evian
y miles de marcas más se peleaban por estar en su lista de patrocinadores,
sabiendo que la figura de la rusa empezaba a trascender, a dejar su huella más
allá del tenis. Sharapova, que venía de la nada y se ganó todo desde muy
pequeña, era una historia que explotar y que contar. Pero ella siempre se
aseguró que dicha historia se contase desde el punto de vista del trabajo y la
más exhaustiva preparación. Mientras su historia se contaba, ella se preparaba
para atajar los últimos desafíos que le quedaban.
Y todo trabajo tuvo su éxito cuando en 2012 por fin se
coronó en la Philippe Chatrier, completando un ciclo que comenzaba en el lugar
más recóndito de Rusia. Allí, Maria dejó su marca en el mundo del tenis, y por
un momento eclipsó el éxito de Serena y cualquier otra mujer que se le pusiese
por delante. Por si al mundo no le había quedado claro, quien durante un tramo
de su carrera admitió "moverse como una vaca" sobre tierra revalidó
su corona en 2014, en una final ante Halep que cerró el círculo. Sharapova
había perseverado, superado sus fobias y miedos y el cielo de París era testigo
de ello.
Fue en 2016 cuando su carrera sufrió un revés que acabaría
siendo imposible de superar. El positivo por Meldonium la separó de las pistas
durante 15 meses y nada volvió a ser lo mismo. La admiración que muchos
profesaban por ella quedó en entredicho, sus logros quedaron cuestionados y su
legado sufrió un duro golpe, pero Maria no dejó de trabajar como lo había hecho
siempre: en silencio, siendo metódica y esperando a volver y hablar donde
siempre lo había hecho, en la pista. Un maltrecho hombro y el desgaste natural
de una carrera agotadora no la dejaron encarar la treintena como ella hubiese
querido, aún dándole tiempo de dejar una actuación vintage ante Halep en
Flushing Meadows y sumar un título más a su historial.
Ni tan siquiera el binomio con Piatti pudo levantarla.
Sharapova sufrió en silencio el inexorable paso del tiempo, buscando un último
logro que diese el toque final a un palmarés de ensueño. Pero como ella misma
admite, "no tengo la necesidad de ir por las pistas de todo el mundo para
dejar claro que estos serán mis últimos momentos. No es como quería que mi
carrera terminase".
Hacer un balance sobre la carrera de uno de los mayores
iconos de la historia de este deporte en tan solo unas pocas líneas resulta una
tarea para la que prácticamente nadie está capacitado. Al fin y al cabo, la
sensación que deja la carrera de Sharapova es que 5 Grand Slams no terminan de
estar a la altura de la importancia global que la rusa ha tenido para el tenis
femenino. Aún sabiendo de su desigualdad en el duelo contra Serena, Maria era
conocida por todo el mundo por su férrea mentalidad, su espíritu de lucha y un
carisma prácticamente natural que atrajo los focos desde el inicio. Su
capacidad de abstraerse de todo y poner la ética de trabajo al servicio de su
tenis fue la que le hizo llegar donde está, siendo un prodigio desde el lado
del revés (qué fluidez en ese golpe, por favor) y sofocando los problemas que
tuvo con el drive en torno a la segunda parte de su carrera.
Hoy, día en el Maria Sharapova cuelga la raqueta, el tenis
ha perdido un pedacito del corazón que lo completa. Se retira un icono
generacional, conocida en cualquier rincón del planeta y la demostración de que
no importa desde dónde vengas: con trabajo, sacrificios y esa pizca de suerte
puedes llegar a donde quieras. Mucha suerte en tu próxima etapa, Masha.