Javier Méndez
Alejandro Davidovich Fokina no deja de sorprender. Dentro de
la pista, por su rendimiento, y fuera, por su carácter espontáneo. En Estados
Unidos ha escrito en primera persona su carta de presentación al mundo, por si
aún había alguien que no lo ubicaba en el mapa. El español ha llegado más lejos
que nunca en un Grand Slam y este domingo peleará en Flushing Meadows por
avanzar a los cuartos de final frente a Alexander Zverev.
Tal vez su actuación en esta edición del US Open pueda
sorprender a muchos, pero no al propio protagonista ni a su equipo. Unos
minutos después de abandonar la pista, donde superó a Cameron Norrie en tercera
ronda (7-6[2], 4-6, 6-2, 6-1), no dudaba en expresar sus sentimientos sin
filtros. “Hemos trabajado bastante duro tanto en la cuarentena como después. No
ha habido un día de descanso y gracias a ese trabajo, ahora estamos recogiendo
los frutos”.
Su explicación del éxito puede sonar a tópico, todo lo
contrario de lo que expone su tenis en la pista. Porque el joven andaluz de 21
años es un jugador diferente, espontáneo e imprevisible. Puro talento. Un
volcán que ha canalizado su furia en Nueva York para sacar el máximo
rendimiento a su raqueta. “Estoy muy agradecido al trabajo de todo el equipo,
porque sin ellos no estaría donde estoy. Estoy contento del juego que estoy
dando, estoy evolucionando de menos a más”.
Ese equipo al que Davidovich agradece su esfuerzo durante
los últimos diez años está capitaneado por Jorge Aguirre, su entrenador desde
que era un niño. También cuenta con el apoyo de Antonio de Dios en la parcela
psicológica. Todos han ido cincelando un proyecto de jugador que ya es hoy una
realidad del ATP Tour.
“Llevamos ocho o nueve años juntos. Ha sido un trabajo muy
duro, no lo voy a negar”, reconoce el No. 99 del FedEx Ranking ATP. “Sé que he
sido un poco rebelde en años anteriores y la verdad que Antonio [su psicólogo]
y mi entrenador han hecho un trabajo conmigo del que estoy muy contento.
Estamos amueblando la cabeza para que todo sea tan simple como jugar”.
Antes de que Davidovich afronte la cuarta ronda del US Open,
su entrenador Jorge Aguirre desgrana en ATPTour.com el camino de su pupilo para
llegar al partido de mayor envergadura en su carrera hasta el momento.
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¿A qué sabe esta primera clasificación a la 4R de un Grand
Slam?
Meternos en octavos de final del US Open es difícil de
explicar. Es una alegría inmensa, una sensación complicada de describir. Estoy
muy contento tanto por Álex como por todos los que estamos detrás, intentando
ayudarle en este camino tan bonito.
Reconocía Alejandro que tenía un nudo en el estómago en la
mañana previa al partido de tercera ronda, que no podía dormir. ¿Ese
‘gusanillo’ era compartido?
Hizo el calentamiento conmigo y le noté una tensión un poco
más agudizada de lo normal. Sin querer, también me la estaba transmitiendo.
Cuando le siento incómodo es imposible no sentirlo y preocuparte. Intentamos
charlar un poco, romper el hielo y darle normalidad. Había que entender la
situación con un punto de perspectiva. Y todo fue muy bien.
¿Cómo está viendo a Alejandro a nivel de tenis en esta gira?
En general, el nivel que está demostrando en este torneo es
muy alto. Él está preparado y capacitado para desplegar un gran nivel.
Ante Norrie demostró mucha madurez y una gran capacidad para
controlar las emociones en un día importante para él.
A veces no es fácil gestionar toda esa fuerza interior y
toda esa furia que lleva dentro. No es fácil encontrar el punto de equilibrio
entre la cantidad de tenis que puede llegar a generar y la presión que hay
detrás de un jugador de este nivel. Necesita tiempo, algunas derrotas feas como
las que hemos tenido y necesita victorias… Poco a poco, va analizándose, viendo
que es capaz de jugar equilibrado y que puede controlar esa furia interna
tenística.
Él mismo habla de que su tenis tiene un punto de locura.
Cuando usa la palabra locura, personalmente no me gusta.
Para mí son decisiones más o menos acertadas, que muchas veces no lo son, pero
las ejecuta por una necesidad que él tiene a veces o una forma de entender el
juego y su vida.
¿La entiendes como un defecto a pulir o una virtud que
explotar?
Le hace tener un componente carismático, de descaro, de
buscar, de querer las cosas y jugar para conseguirlas él e intentar depender lo
menos posible de los demás. Pero no es fácil controlar esa furia, el nivel, el
ego, la calidad… es un trabajo difícil para él. Creo que hay menos locura de lo
que parece y más jugador del que puede llegar a mostrar. Requerirá tiempo.
Estoy seguro de que se irá viendo que esa locura será descaro y ese desorden
acabará siendo variedad en juego.
Alejandro es un jugador especial, con mucho talento y golpes
‘mágicos’.
Trabajamos todos los días en intentar que ese desparpajo y
descaro de Álex cada vez tenga un sentido táctico dentro del juego más claro.
Él tiene que jugar en esa dirección, siente el tenis de esa manera, pero tiene
que ir encontrando victorias, sumando experiencias, jugando con los mejores,
viendo cómo ganan los mejores…
¿Prefieres que dé rienda suelta a esa creatividad o trabajan
para canalizarla de alguna manera?
Es su forma de expresar lo que él siente. Se suelta como lo
considera y posiblemente no sea la manera más estandarizada de hacer algunas
jugadas, pero tiene esa necesidad. Es su forma de expresar, siendo feliz y fiel
a cómo entiende el tenis. Tiene que ir cogiendo experiencia para seleccionar
bien los momentos en los que salirse del guion y que salga de manera
automática. Eso será cuestión de tiempo. Seguro que, poco a poco, lo irá
mejorando.
Después de cada partido, Alejandro va a abrazarse contigo.
Ante los medios destaca tu trabajo y el del resto del equipo.
Nuestra relación es muy especial. Llevamos diez años.
Arrancamos desde mi convencimiento de ayudar a ese chico con una furia un poco
descontrolada y desorientado para sus 12 años. Diferenciamos la parte técnica,
la física y la emocional, intentando construir a la persona desde los 12 años,
más allá del tenista. Ha sido una labor de ayudarle a crecer tanto tenísticamente
como personalmente. Es nuestra misión y él también me lo ha permitido,
confiando mucho en mí. Hemos ido creciendo, añadiendo gente al equipo según han
surgido necesidades. Ahora somos una familia en la que empujamos todos en la
misma dirección.