Para empezar, y en estos tiempos de angustias y temores, Rafael Nadal se da un baño de masa en la Caja Mágica, que se llena desde el primer día de competición del balear. Es un 6-4, 6-3 sin demasiada historia contra Steve Johnson, pero ahora se trata de ir sumando y dando pasitos, lento camino largo hacia el reencuentro. Reencuentro con sí mismo, se entiende. Nadal ya está más cerca.
No hay adjetivos demasiado empalagososo ni dulces, pero Nadal se da por satisfecho con su debut, convencido de que todo, o casi todo, depende de él. Después de cada punto, puño cerrado y un grito para despertar, terapia para rellenar el expediente y avanzar hasta la tercera ronde. Ahí le espera el italiano Simone Bolelli.
De Steve Johnson apenas había noticias, 54 del mundo y sin cartel que ofrece un partido correcto. Tenista académico, golpea dignamente de derecha y cumple con otros recursos como la dejada. Sin un patrón demasiado definido, aguanta el pulso hasta que Nadal le rompe el saque en el quinto juego, lo justo para apuntarse el set inicial.
Tampoco hay grandes cosas a resaltar en el juego de Nadal, fogonazos aislados y algún que otro intercambio para darse una alegría. Poco más, un triunfo del que no quedará más constancia que la estadística, pero que vale mucho tal y como están las cosas. En estas se ve el actual Nadal.
A favor del balear, cabe destacar que no hubo sudores ni angustias, una victoria sin grietas y sin demasiados fallos. Mantuvo su saque y jamás concedió bolas de break a Johnson, del que cabe destacar su estridente uniforme y ya. La derecha de Nadal fue calentándose en el segundo set y le sirvió ese tramo para enterrar el sabor amargo que arrastraba desde Barcelona, en donde retrocedió todo lo avanzado en Montecarlo.
Fue un miércoles reparador con una afición volcada, la Caja del «¡Vamos, Rafa». A cada punto, gritos futboleros para el cuatro del mundo, que tiene un cuadro abierto hasta las rondas serias. La próxima historia la escribirá ante Bolelli, 63 del mundo y sin palmarés.