domingo, 22 de julio de 2018

Durante un partido, la mente es nuestro mayor rival, mas que el jugador que tenemos al otro lado de la red. Aprendamos a controlarla



Los futbolistas pueden maldecir contra el viento si es necesario. Los jugadores de baloncesto, como los jugadores de fútbol americano, pueden encontrar en el consejo de su entrenador el consuelo perfecto y hasta la estrategia para vencer. Y en los anteriores, como en muchos otros deportes, suele suceder algo en común: perder no siempre significa eliminación. En el tenis, sí. El fracaso es ya conocido, es un viejo enemigo con quien se convive a diario, un miedo que cala en la mente al jugar en la pista donde no hay nadie más que el tenista contra su propia mente. La mente es mayor rival que el mismo contrincante tangible de al frente. Y en la pista no hay señas de ningún mánager de béisbol, ni el plan siguiente de un entrenador en el entretiempo. Tampoco hay demasiados consuelos durante el juego: no se puede maldecir o gritar una grosería porque el referee apelará al llamado de atención y a la tercera ocasión se pierde el partido. El dolor y la tristeza, la rabia y la frustración, se deben absorber en la cancha como en una tortura legítima y protocolaria y tal vez cuando el derrotado llegue a gritar adonde nadie lo vea ni sancione ni juzgue ya sea demasiado tarde para la catarsis.




 El tenista juega solo contra el miedo a perder: porque un partido –de cualquier ronda– es el único examen de meses de preparación. Bien podría un tenista prepararse en pretemporada con ocho horas diarias, cuatro de físico y cuatro de tenis como recomiendan. Con una dieta de alimentos rigurosa y una rutina monótona que no incluye, por ningún motivo, el ocio nocturno ni el sexo, preferiblemente. Y esos sacrificios no aseguran la victoria soñada. Imaginemos a un jugador de élite que viva en America cuyo objetivo siguiente es el Australian Open, el primer Grand Slam del año, el primer obstáculo después de una pretemporada que incluyeron sacrificios como preferir el entrenamiento sobre la época decembrina en familia. Le preguntarán los amigos sedentarios sobre su piel bronceada y el jugador les recordará las extenuantes jornadas físicas –algunas que producen vómito– para resistir el nivel del mar de Melbourne. Luego, vendrán 20 horas de viaje en avión y un par de escalas para estirar los pies callosos. Después cansará su mente imaginándose hasta qué ronda llegará: Octavos de final sería digno. Lo pensará mientras aterriza el avión, durante el sorteo del cuadro y luego en el primer entrenamiento en pista del complejo. Y, por último, se desgastará por pensar en el partido del día siguiente, idealizando golpes y jugadas. “A ese le tengo que ganar”, lo obliga a creer la presión social porque es mejor su ranking que el de su oponente.

El examen durará cuatro horas y le otorgaremos un final más digno de quien se retira por lesión o por una intoxicación estomacal por ingerir agua no potable del hotel el día anterior (ha pasado). Pero imaginemos que pierde, porque en este deporte se pierde más. Punto. Es una derrota en cuatro sets en primera ronda que no da revancha inmediata, una derrota del tiempo invertido, de las expectativas alucinadas. Y como nuestro amigo imaginario hay miles. Este 2013 veremos 64 eliminados en primera ronda en cada uno de los cuatro Grand Slams. 256 historias, 256 frustraciones, 256 “¿Viajé tanto para perder en primera?”, 256 “No sirvo para esto”. El único consuelo de ellos es pensar en los eliminados en el cuadro clasificatorio de cada evento. “Perdí en primera ronda”, le responderá, de regreso,  nuestro tenista imaginario a los amigos que antes indagaron por su bronceado y que ahora le preguntaban por resultados. “Pensé que ibas a ser campeón”, le dirán los sedentarios, porque todos los sedentarios subestiman cualquier derrotado en el deporte. No entienden que el tenis no funciona con la misma lógica de las ciencias duras: la preparación no garantiza, en todas las circunstancias, un triunfo.

Por eso Marcos Bagdathis rompió en un cambio de lado cuatro raquetas de un solo tirón, porque le faltaba poco para salir eliminado en la segunda ronda del Australian Open. El fracaso es exteriorizado, ilegítimamente sin protocolos ni escrúpulos. Como un raquetazo de Mikail Youznhy en la propia frente y que causó la suspensión del juego mientras le curaban la herida que él mismo abrió. “Me lo merezco”, se diría. Gastón Gaudio sería más severo consigo mismo. El argentino, un golpe a la compostura y el fair play del deporte mundial, gritaba insultos cada vez que fallaba un punto o porque el que acaba de ganar no lo satisfacía. “!Toda la vida jugando al tenis y no mejoré ni un poco!”, “¡Me estoy volviendo loco¡ ¡No sabés lo que estoy sufriendo!”, “¿A quién le quiero mentir, boludo? Si soy un hijo de…”. A su voz desgarradora la acompañaba de vez en cuando un acto insolente: una rotura de raqueta, un puño a sí mismo, la rasgada de sus vestiduras o el fastidio de la derrota convertida en amenaza: “Si mirás mal, te cago a trompadas”, le profirió a Coria una tarde al perde con él. Cada quien busca el mejor método para castigarse, nadie más puede hacerlo porque nadie más es dueño del destino solitario de un tenista.

Se flagelan a ese nivel sin detenerse a pensar que en el camino hacia el profesionalismo o la élite dejaron a miles atrás. ¿Qué se sentirá, entonces, perder en la primera ronda de un torneo regional en tu país? A mis amigos y a mí nos tocó, por supuesto, y las reacciones estuvieron a la altura. Vi jugadores que se estrellaban los marcos de sus raquetas contra los muslos, gemelos y cabezas, a otros que juraban retirarse para siempre. Yo, por ejemplo, no estiraba para que al día siguiente el dolor me recordara la derrota, también arrancaba mi pelo, me cacheteaba, mordía el grip de la raqueta hasta sentir casi desencajada las mandíbulas. Lo digo sin orgullo, claro: Rompí 12 raquetas, saqué mil bolas de la pista lo mas lejos que pude tal vez para compartir mi desgracia con el recogebolas. En fin. Y esa locura, esa inestabilidad emocional, ese caminar por el filo de una navaja contagia el entorno cercano. La familia de un soldado se come las uñas esperando noticias de supervivencia. La familia de un tenista espera la noticia de la victoria o de la inminente y conocida derrota que terminará por amargar a todos. El fracaso tenístico enluta.

Una tarde cualquiera, mientras yo entrenaba, mi padre decidió esconderse detrás de unos arbustos para comprobar lo sospechado. Yo, al descubrirme solo con mi sparring, pensé que nadie más que él podía verme tirar la raqueta a mi antojo. Hasta entonces –yo de 12 años– sólo golpeaba la raqueta mientras mi padre no me viera y por eso ese día, en un partido de entrenamiento, me volví loco. Si la raqueta de esa tarde reencarnara en otra vida en una persona y me encontrara, no dudaría en vaciarme la munición de cualquier pistola sobre mi humanidad. Por eso la decepción de mi padre fue tal que al encontrarnos me lanzó la mirada más helada que nunca vi en su rostro. Camino del coche no contestaba mis preguntas y antes de subirnos enloqueció él también: Mi padre agarró y abrió el maletero y lanzó mis raquetas, una por una,  “¡Y ahora Tráelas!”, me gritaba con una vena insinuada y con el dedo señalándome a lo lejos adonde había caído mi Prince Vendetta de color amarilla. “¿Quieres romper las raquetas?”, añadía, “¡Pues hagamoslo!”.

No sé si lo hizo para reprenderme con una sicología extraña, para que entendiera que al comprar él las raquetas sólo él era dueño de la muerte de ellas, no sé si por una tristeza que por fin exorcizaba o porque había contraído la misma locura de su hijo malcriado. No sé. Sólo pensaba que yo rompía raquetas, sí; pero mi padre también faltaba al trabajo para vigilar mi salvajada.

Ese capítulo sólo lo recuerdo yo, él niega haberlo protagonizado o tal vez la locura de la que hablo le equivocó adrede la memoria. Lo curioso es que, ese día, después de ver a mis raquetas volar por los aires como lanzas de guerra, decidí seguir tirándolas al piso en presencia de mi padre y otorgarle una complicidad no deseada.



2009-2017, "LA ÉPOCA DORADA DEL TENIS MALAGUEÑO", ¿DAVIDOVICH?. Álbum de tenistas malagueños.