“Yo sólo soy David Ferrer, de Jávea y nada más”.
Probablemente es una de sus frases célebres, cuando se encontraba en el punto
álgido de su carrera como No. 3 del Ranking ATP pero que resume en diez
palabras el espíritu de su trayectoria profesional desde su primer día en 2000
hasta el último partido en el Mutua Madrid Open 2019. Desde lo alto aún
conservaba la misma humildad que cuando empezó a dar sus primeros golpes en el
frontón del Club de Tenis Jávea hasta que acabó en la Caja Mágica.
En su infancia pasaba los sábados y domingos prácticamente
todo el día en el club de su ciudad natal. Después de sus entrenamientos, allí
pasaba tiempo con amigos y por la tarde jugaba al frontón imitando a algunos de
sus ídolos de entonces como Andre Agassi, Sergi Bruguera o Carlos Costa. En
aquellas tardes de frontón se imaginaba ser alguna de esas figuras del ATP
Tour. Pero, ¿se le pasaba entonces por la cabeza que años más tarde acabaría
compartiendo vestuario con ellos? “Lo he pensado luego, cuando he estado junto a
ellos”, reconoce el español.
“Cuando he jugado con Albert Costa, con Álex Corretja, con
Carlos Moyà… Con Sergi Bruguera, que fue mi ídolo y luego fue mi capitán. Pero
en el momento no. Era algo tan lejano que jugaba, competía y me gustaba lo que
hacía. De los mejores recuerdos que tengo de cuando era pequeño, desde que
tenía 7 u 8 años cuando empecé a jugar hasta que tuve 20 al hacerme
profesional, no pensé en si llegaría a ser lo que he sido”, confiesa Ferrer
sobre sus primeros años en el circuito.
Todo empezó en aquel frontón antes de jugar los 1.110
partidos que acumula en su carrera. “Tuve mucha suerte con mis padres”,
advierte sobre la falta de presión sobre sus primeros pasos como jugador de
tenis. “No lo digo porque sean ellos, pero siempre han tenido un respeto y una
educación grande hacia el deporte. Me han dado unos valores en la vida por los
que les estaré eternamente agradecido. Mi padre siempre ha dado ejemplo,
siempre defendía que lo importante no es ganar o perder sino el hacer lo que
uno pueda, intentarlo y disfrutar de jugar”.
Y esa es la filosofía que ha demostrado siempre en la pista.
Pelear cada pelota como si fuera la última “Es lo mínimo que se le puede exigir
a un jugador de tenis”, ha defendido siempre el alicantino, que continúa su explicación
sobre su progresión en los primeros años de su carrera. “Uno debe tener claro
que solo es un deporte. Hay que entender que la derrota duele. Y mis padres lo
hacían bien y nunca he sentido esa presión. El entorno y los managers llegaron
algo más tarde para mí. Cuando tenía 19 o 20 años y cuando gané mi primer ATP
fue cuando tuve mi primer manager que fue Carlos Costa”.
Ferrer ganó su primer partido en julio de 2002 en Umag ante
Nalbandian. A sus 20 años sorprendió al circuito llegando a su primera final en
aquel mismo torneo (p. ante Carlos Moyà). Sólo unas semanas más tarde levantó
una corona más del ATP Challenger Tour de Manerbio. Y en agosto de ese mismo
año conquistó su primera corona ATP Tour en Bucarest (v. a José Acasuso).
“Uno puede llegar a ser un gran jugador. Al final esto es
deporte”, señala sobre tener un buen apoyo familiar, tan importante en su
carrera. “Si un padre le mete presión a su hijo o lo machaca, puede ser un gran
campeón. El problema es quién lo prepara para cuando deje de jugar a tenis. Eso
es lo complicado. Te aseguro que si tengo que elegir, prefiero ser como soy
como persona en la casa de mis padres que haber sido No. 3 del mundo”, revela
sobre este aspecto más allá de la competición. “La educación que he recibido
creo que me ha hecho estar tranquilo conmigo mismo y enfocar la retirada de
manera noble, feliz y tener el cariño de gran parte del mundo del tenis”.
Tras ganar el ATP Masters 1000 de Paris-Bercy en 2012 |
Ese asalto al No. 3 del mundo llegó en julio de 2013 en la época más brillante de su trayectoria. Sólo un año antes fue el más prolífico de su carrera con 7 títulos en 2012 (Auckland, Buenos Aires, Acapulco, ‘s-Hertogenbosch, Bastad, Valencia y el ATP Masters 1000 de París). Y en los meses siguientes continuó su éxito en Auckland y Buenos Aires, además de disputar las finales del ATP Masters 1000 de Miami y Roland Garros.
Ferrer experimentó una gran evolución. Encauzó un fuerte
temperamento en la pista que invirtió en horas de trabajo para crecer como
jugador. “Me costó aprender a convivir con la derrota. Sobre todo, cuando eres
joven y pierdes. Pero la entendí”, afirma años más tarde. “Comprendí que forma
parte del tenis y de la vida. En ese aspecto cuando eres joven no tienes esa
madurez mental para aceptarlo. Incluso hasta los 27-28 años era ganar o perder.
Pero uno no se puede quedar solo en eso. Todo el mundo pierde mucho más de lo
que gana”.
“Eso también va en el ADN pero se puede moldear. A mí me
costaba. Estaba un día que no podía hablar, me costaba dormir… Todavía me
cuesta, pero ahora duermo mejor. Eso lo agradezco. Al día siguiente me iba
regenerando y recuperando. En ese aspecto me siento orgulloso de cómo lo he ido
gestionando con los días. El no disfrutar de ciertos momentos en el tenis, por
esa presión extra del día siguiente, es lo único que me ha costado entender. El
perder y no olvidarme, o entender que hay momentos en que no puedes jugar igual
de bien”, apostilla el alicantino que se acostumbró a ganar cuando se consolidó
en 2010 en el Top 10 para mantenerse durante siete años en la élite del
circuito.
Sus méritos en la pista hablan por sí solo. Un total de 733
victorias -el jugador No. 12 en la historia con más triunfos- o 27 títulos que
lo sitúan como el tercer jugador español con más títulos en la Era Abierta (29)
-sólo superado por Manuel Orantes y Rafael Nadal- son sólo una demostración de
la magnitud de su figura. Eso sí, quienes más cerca están del alicantino no dudan
en asegurar que es aún más grande sin la raqueta. ¡Hasta siempre, David!
Javier Méndez, (ATP Tour)