La cifra,
que a Rafael Nadal no le importa absolutamente nada e incluso la desprecia,
dice que el español lleva 50 sets del tirón ganados en tierra, que es una
barbaridad como las 21 victorias consecutivas en la superficie que tanto le ha
dado. Para superar la gesta de John McEnroe, que en 1984 llegó a enlazar 49
mangas sin tachones, pero en pista rápida, Nadal tuvo que esmerarse en la noche
madrileña para tumbar a Diego Schwartzman, un hueso duro y que, probablemente,
sea de lo más combativo que puede encontrarse el balear hoy en día cuando pisa
la arcilla. Acabó, sin embargo, como todos los otros, derrotado por 6-3 y 6-4
en una hora y 44 minutos.
De este
Nadal superlativo destaca por encima de cualquier otra cosa su evolución con el
revés, un golpe que está ejecutando con una maestría asombrosa, dominante
incluso desde ese lado cuando a él siempre se le ha reconocido por la derecha a
mil revoluciones. El número uno del mundo, como ocurrió ante Gael Monfils en su
debut, ganó pista y abrió ángulos para desbordar al pequeño Schwartzman, quien
propuso pelea en un inicio interesante y compitió hasta el último aliento.
Fue un
primer set de casi tres cuartos de hora, con cuatro juegos durísimos hasta que
en el quinto se desniveló la balanza. El argentino, que llegó incluso a tener
una pelota de break, le pega duro pese a sus 170 centímetros, pero es que
además tiene recursos y entiende muy bien cómo funciona el tenis en tierra
batida. Por momentos, aguantó bien el intercambio, pero es un riesgo cas mortal
el querer pelotear a Nadal desde el fondo sin ofrecer nada más. Obviamente,
acabó en la cuneta.
Porque con
Nadal no hay respiro, no hay tiempo para pensar. En ese quinto juego, el de la
rotura del mallorquín, Schwartzman falló un remate clarísimo e inmediatamente
después mandó un revés paralelo a la red, su condena en esa primera manga pese
a hacer casi todo lo otro muy bien. La Caja Mágica, llenísima en sesión
vespertina, se encendió con el primer zarpazo del héroe.
Pudo ir todo
mucho más rápido de haber aprovechado Nadal su oportunidad en el primer juego
del segundo capítulo, pero no tenía un enemigo de los que se rinden con
facilidad. A Schwartzman le dio para prolongar la pelea un ratito más y se iba
animando para imaginarse un imposible, para firmar la victoria de su vida. Otra
vez será, pues tampoco tumbó al gigante en el quinto enfrentamiento entre
ambos.
Se mantuvo
el patrón y también en el quinto juego llegó el break, encendido el español
cuando se puso con 3-2 y saque. Cerró el puño, dio un salto al cielo y exclamó
un «¡Vamos!» que amilana a cualquiera, Nadal en estado puro. El pase a cuartos
dependía, pues, de aguantar el saque (altísimo porcentaje de primeros, otro
detalle a tener muy en cuenta), pero se le complicó más de la cuenta el epílogo
cuando el suramericano se puso 4-4, enorme su voracidad y su valentía para
pegarle con el alma. Le condena, sin embargo, su imperdonable error en el juego
posterior, entregándose de mala manera con dos dobles faltas seguidas.
Nadal se
cruza ahora con Dominic Thiem, que las pasó canutas para derrotar a Borna
Coric. El austriaco, dicho está, es el relevo en esta superficie, al menos el
que más prestaciones tiene, pero su curso no tiene nada que ver con el pasado,
en donde sí que era un peligro real. Con todo, Nadal deberá estar alerta.