Lejana ya la final de Roland Garros, recién acabados
Wimbledon y los otros pocos campeonatos de hierba que se disputan a lo largo de
la temporada, llegan los torneos de pista dura. Pero, sea de tierra, de hierba
o dura, ¿cuánto vale una cancha de tenis? No hay respuesta fácil. Porque una
cosa es levantar la cancha y otra mantenerla. Y ahí, en el cuidado del día a
día, las de tierra y las de hierba pueden llegar a ser una ruina.
De los 68 torneos del circuito masculino y los 59 del
femenino, solo 14 se juegan en hierba. Cotizan cada vez menos. En España solo
se juega uno, en Santa Ponça-Calvià (Mallorca). El coste del agua para regar
las pistas y el sol abrasador hacen que sea una superficie atractiva pero muy
costosa.
Costosas y delicadas. “Con seis o siete partidos al día no hay césped que lo
aguante. Es como si se jugasen varios partidos, cada día, en el Bernabéu o en
el Camp Nou. Acabarían destrozados”, dice Rafa Durán, que está al frente de
Sport F. Megias, empresa instaladora de pistas en muchos de los 1.230 clubes
que hay repartidos por toda España.
Mantenimiento aparte, montar una pista parecida a las de
Wimbledon cuesta 60.000 euros. Aunque los expertos consultados dicen que se
tarda años en tener una pista con una planimetría perfecta. Inversión, por
tanto, poco rentable.
Hace unos años, el club López Maeso de Madrid (ahora club
Tenis Pádel Aravaca) pudo presumir de tener la única pista de hierba natural en
España. Duró cinco años. El penúltimo intento fue un club en Puerto Real. Nunca
se llegó a inaugurar. El torneo que se disputa en Baleares lleva ya dos
ediciones. De momento, sobrevive. Como muchos campos de golf.
En el otro extremo de los gastos están las pistas duras, en
las que veremos a partir de ahora a Roger Federer, Rafa Nadal y compañía. “Las
hay que solo necesitan barrerlas si tienen árboles cerca. Si están bajo techo,
ni eso”, explica Julio Palomo, responsable del estado de las pistas del Real
Club de Tenis Barcelona. Muchas de las que vemos por televisión, azules en su
mayoría, no son permanentes. Se construyen solo para el torneo en cuestión.
Varias empresas españolas las montan para citas que se
celebran aquí y en el resto del mundo. Pero a Durán no le convence tanta
rapidez: “Hay torneos que no siempre salen a cuenta. Es más rentable, para la
empresa instaladora, construir pistas para clubes. En las que se juegue todo el
año”.
¿En cuánto tiempo está lista una pista dura? Tres días si la
ocasión lo requiere, diez en el mejor de los casos. Hay hasta siete u ocho
tipos diferentes, independiente de si se fabrican para jugar al aire libre o
hacerlo bajo techo. Se construyen con varias capas, incluyendo resina entre
otros materiales. Se asientan las capas… y se prueba. Si el estado es óptimo,
solo queda desmontarla cuando el evento eche el telón.
¿Coste? Unos 40.000 euros. Eso sí, a la hora de montar
cualquier cancha de tenis hay algo muy asequible. La red. La mayoría de clubes
las compran por unos 100 euros. Puede haberlas incluso más baratas. Y llegan a
durar varios años. Por algo se empieza.
¿Y las de tierra batida? Las pistas que siempre han
representado la imagen viva de este deporte, teniendo en cuenta que están
asociadas al aire libre como las de hierba, tienen un mantenimiento más
delicado, ya que toca lidiar con el viento y la lluvia. El primero obliga a
poner más polvo de arcilla. La segunda obliga a desplegar lonas, drenar, secar
y volver a asentar la tierra. Casi como empezar de cero. Se tarda unos diez
días en logar su estado óptimo y quizás sean más baratas de construir, unos
30.000 euros. Pero cuidarlas día a día es carísimo.
En el Real Club Tenis de Barcelona trabajan diariamente ocho
encargados de pista, los conocidos coloquialmente como pisteros. Pala en mano,
gastan en torno a una tonelada de tierra al año por cada pista. Agua aparte.
Cuando llega el Torneo Conde de Godó, las jornadas se hacen eternas, como
explica Palomo: “Como llueva o el último partido se alargue… mal asunto”. Un
trabajo costoso pero imprescindible. Anónimo. Casi invisible. Y desconocido
incluso para los propios jugadores, como añade el jefe de estos pisteros: “Ni
los mejores tenistas saben lo que hay debajo de la tierra sobre la que juegan”.